miércoles, 25 de noviembre de 2009

Emilio para todo lo demás


















La primera vez que vi a Emilio él reposaba tranquilo en un asiento del tren. Ambos veníamos de Galicia, él de Orense y yo de Coruña, un 8 de enero de 2007. Con la gorra en la cabeza a modo de sombrilla y las piernas estiradas, daba el pego de un chaval desaliñado. La segunda vez que lo volví a ver fue camino a casa, en Pamplona, dos meses después del anterior encuentro. Esta vez yo iba con un amigo que era conocido suyo. Ambos se detuvieron para hablar, intercambiaron impresiones del tiempo, la ciudad... las típicas banalidades que siempre salen en una conversación cordial y casi forzada. Él y yo no hablamos porque ni nos conocíamos, sólo de vista. El día que yo tomé el primer contacto directo fue por teléfono, en una conversación meditada tras la que terminamos atando cabos. Emilio estudia Medicina, tiene 22 años y muchas ganas de comerse el mundo. Adora la Fotografía y la Música, aunque no sabría decir cuál más. Su cuarto es todo un conglomerado de pósters de Jimmy Hendrix en varios colores, también están los Beatles en Abbey Road, la famosa lengua de los Rolling y varios carteles de la película Desayuno con diamantes cuya protagonista es la poderosa y dulce Audrey Hepburn. En la puerta de su armario se aprecia un cartel de Alfons Mucha, artista checo de los años 30 dedicado más a publicitarse que a publicitar su Art Noveau. Emilio es retro, le chiflan las antiguallas, se interesa por las viejas glorias. Supongo que él lucha por ser una de ellas, aunque no vieja. Se cuida muchísimo:

-¿Pero qué haces?, ¿te estás maquillando?
-¡Qué dices! Me estaba tratando las manos...
-¿..?
-En esta ciudad hace muchísimo frío, la crema evita que se agrieten.

En temas de salud es necesario mencionar una de sus características más peculiares: abstemio. No le gusta el alcohol, ni lo prueba. Sobre la mesa de su cuarto reposa un marco negro de fieltro con una fotografía de su familia: “Es de un viaje a Praga, regalaban cerveza negra en este bar. Yo posé para la foto pero en verdad se la tomó mi hermano pequeño”. Emilio no detesta el alcohol pero ve innecesario el consumo exagerado. Vive bien sin emborracharse, sin embargo, ¿es compatible con su papel de músico de rock?
Melómano desde muy pequeño. Con siete años Emilio descubrió en su casa de Orense una guitarra española propiedad de su madre. El afán por aprender a tocar le movió a arreglar el instrumento que con tres cuerdas y una caja de resonancia un tanto dañada poco podía hacer. El carpintero le cobró por aquel entonces unas caras 7000 pesetas. Ahora tiene una colección más amplia: dos guitarras españolas, una acústica de doce cuerdas, un bajo, una mandolina y otras dos guitarras eléctricas entre las que se encuentra la deslumbrante Fender Telecaster del 52. Todos estos instrumentos forman el repertorio de este joven músico. Pero la más querida y añorada por Emilio es la Fender. De manera delicada está expuesta en su cuarto de Pamplona, junto al armario y la cama. Se mantiene erguida y solemne ante cualquier movimiento, como una estatua. Mientras habla conmigo la mira varias veces de reojo, por si acaso decide moverse. Allí abajo, en el rincón de la guitarra, reposan sus ansias de tocar cuando estudia.
Su fama comenzó cuando motivado por un amigo, entró a formar parte de la banda de rock orensana Desengaño en el año 2004. Eso sí que fue un desengaño, porque la abandonó en 2008 al verse incompleto. No compartía con los componentes la esencia ni el desgarro por la música. Él se veía más pasional, deseaba ampliar su camino y componer sus propias canciones ya que los chicos desengañados se limitaban a imitar singles de distintos grupos conocidos. Emilio se estableció en solitario, como solitarios eran y son sus fines de semana. Apenas sale de noche, si acaso a un concierto o alguna fiesta, pero poco. Encerrado en sus pensamientos, aprovecha las horas en silencio para pensar, para dedicarse a su vida, a su música, a sus fotos y a todo lo que rodee. Si algo tiene es un alma muy inquieta y de constante mejora. Cierto sábado me acerqué a su casa para charlar. Eran las 12 y media de la noche (Emilio no sale pero trasnocha). Me abrió la puerta un compañero de piso, y desde mi perspectiva apoyada en el quicio aparecía tranquilamente sentado en el sillón un chico con chándal amarillo y una camiseta cualquiera. La televisión encendida, la postura del cuerpo desgarbada y una paz omnipresente formaban un paisaje en consonancia con su personalidad paciente, previsora ante los cambios. Me miró con sorpresa y alegría por mi visita inesperada y nos pusimos a dialogar. Una de las cosas que más me gustan de Emilio es la manera de fanfarronear sobre los grupos de rock que a ambos nos gustan:

-Ya sabes... Bob Dylan es un loco con clase.
-Bueno Em, yo prefiero a los Clash.
-London Calling es un clásico.
-¿Nuestro clásico?
-No te entiendo, Bego...
-Toda una tarde de tren escuchando ese CD.
-Cierto, las tardes en el tren, nuestras tardes en el tren.

A decir verdad Emilio es un tipo entrañable, muy independiente pero entrañable. Siempre está dispuesto a todo, menos a beber, claro está. Es culto, sabe de todo: Música, Historia, Ciencia... y también de Fotografía. Con sumo cuidado saca un álbum de cuadros marrones y blancos de una estantería mientras me lo tiende para que le eche un ojo. Son buenas capturas, imágenes de naturaleza: un caballo en el monte, su abuelo, riachuelos. También aparecen tras las páginas varias fotos artísticas tomadas en Praga o rincones de su querida Orense. Cuenta con un equipo sublime, una reflex Nikon D60 comprada en abril de 2009. Pero su interés viene desde lejos, como su interés por la música, como él y todas sus inquietudes. Comenzó sus andanzas en la Fotografía a los siete años con una cámara de carrete al tiempo que cogía los vinilos de su padre para cantar cualquier éxito de los Beatles. Siempre con prisa por crecer pero con paciencia en el descubrimiento de nuevos logros.
Emilio va al son de sus pasos, que no van al ritmo del resto. Diría que representa casi de forma calcada todo un estereotipo de músico recién entrado en la veintena en apariencia más superficial: sus camisas de cuadros, las zapatillas desgastadas, y no digamos su colección de gafas RayBan. Un auténtico fetichista de este diseñador. Las Wayfarer, que además lleva su estimada Audrey en Desayuno con diamantes, las tiene en negro y en carey. También son reliquias encontradas en su casa. Y un clásico: las gafas de aviador. Siempre con ellas apoyadas en su redonda nariz, porque Emilio tiene un físico agradable: estatura media, complexión delgada y erguida, manos ágiles y proporcionadas, melena al viento y lisa como una tabla: “A veces me tiro todo un semestre sin cortármela. Me importa un pepino cómo la tenga...”. Pero todo los elementos del Cosmos parecen organizarse para que Emilio no ande despeinado a pesar del poco cuidado que señala. Haga frío o calor aparece siempre tranquilo, con el pelo en su sitio, la carpeta bajo el brazo y su andar parsimonioso, nunca apurado. Pero quién ahonda en la personalidad de este tipo con encanto descubre que tras las camisas de cuadros y las RayBan hay todo un ser lleno de vida y espíritu.
En ocasiones me lo encontraba en la biblioteca y manteníamos una pequeña conversación para matar las horas de estudio:

-¿Cómo lo llevas?
-Apurando la hora de salir...
-Yo lo mismo, a ver si termino rápido y me voy a tocar un rato.
No es un obsesionado por la música. Yo lo tildaría de exquisito y degustador. Saborea las canciones y luego las ensaya con cariño, como con cariño coge la guitarra. Emilio se pone serio para tocar, se concentra. Frunce el ceño, los labios y entrecierra un poco los ojos, sólo cuando va saliendo la melodía, se relaja. Entonces se acomoda, estira las piernas y exhala un profundo suspiro de alivio. Jamás se enfada ni grita, a pesar de ser un hombre de contrastes. Lucho como músico, Emilio para todo lo demás. Porque es paradójico que siendo rockero se muestre abstemio y educado. ¿Dónde se esconde aquel el mito que clamaba sexo, drogas y Rock & Roll? Parece que por fin alguien se atreve a romperlo, y qué mejor que Emilio. Un chico con sentido común y basta personalidad como para imponer un nuevo estereotipo. Quién sabe, quizás en un futuro alguien lo imite. Pero no sólo a sus cuadros en las camisas ni a su pelo perfectamente colocado, ni tampoco a las gafas de aviador. Quién sabe, repito. Sólo espero que sea pronto.

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