domingo, 20 de septiembre de 2009

1000 imágenes fugaces

Flores, sillas, el sofá del salón, libros esparcidos por el escritorio, un tazón de cereales, los pósters en las paredes, hasta las mismas fotografías que tengo colocadas por mi cuarto. No quedó casi nada de mi casa por retratar. Mis compañeras de piso estaban algo consternadas, andaban de un lado para otro murmurando que me había vuelto loca, pero cuando les expliqué el por qué de mi obsesión fotográfica se retractaron para decir que no era yo la demente, sino mi profesor de fotoperiodismo... "¡Aún encima sin tarjeta! De qué te sirve sin tarjeta".
Fue divertido porque estuve unas dos horas con la cámara colgada al mismo tiempo que realizaba las tareas de la casa, bajé a tirar la basura y de paso decidí tomar una instantánea al interior del contenedor, cosa, a decir verdad, nada agradable a la vista, ni por supuesto, al olfato. Lo más peculiar vino cuando fui a comprar al pan, porque ni corta ni perezosa me puse a fotografiar los bollos que me miraban desde el otro lado del mostrador... "¡Rapaza! Fotografías aquí no, ¿eh?", la panadera se apuró en darme la baguette para que saliera lo antes posible sin dejarme tiempo a explicaciones posibles. Y en la calle fue todavía mejor: la gente se apartaba cuando me veían tomar algún objetivo con la cámara, enfocando edificios o alguna cosa concreta como papeleras, carteles y bancos. Aunque supongo que en este caso sería para no molestar, no como mi querida panadera.
Llegué tarde a casa con la cámara todavía a cuestas y terminé de enfocar los pocos objetivos que quedaban. La cena de mi amiga Inés, incluso el pijama de mi compañera Marta y las gafas de sol tiradas en la mesa de la cocina de Paloma, la cuarta inquilina de mi piso.
Esta práctica me hizo reflexionar hasta qué punto resultan cotidianas algunas de las cosas que luego toman otra dimensión con la cámara. Me pareció interesante el hecho de no llevar tarjeta porque a veces sentí impotencia al encontrar cosas maravillosas como una polilla en la ventana de mi cuarto que con sus alas, dejaba pasar pequeños puntos de sol. Apreciar las cosas que son fotografiadas es lo que más me enseñó y también cómo tomar nuevas perspectivas de cosas simples. Hacer pruebas sobre distintos enfoques y elementos que antes no me hubieran llamado la atención.
Una de las cosas que sin duda me quedo de esta experiencia es a llevar la cámara colgada, porque aunque antes la llevaba siempre en el bolso, me perdía muchos instantes que antes hubieran pasado desapercibidos. Una cámara llena de instantes fugaces... y no estáticos como a partir de ahora espero tener.

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