domingo, 20 de septiembre de 2009

Reflejos

El mar, cristales o simples escaparates fueron mi inspiración para esta práctica. La primera fotografía la saqué este verano, en La Coruña, un día que subíamos al monte de San Pedro para contemplar un rato la tranquila ciudad.

La calidad no es excelente, ya que fue sacada con el móvil, pero es bonito el contraste de luces que se aprecian de fondo en la foto como un aura que impregna de dignidad el atardecer. Los naranjas predominan como color fuerte, sobre todo el de las piernas que a su vez hace escala con el naranja del horizonte. Los diferentes azules proclaman el equilibrio de la imagen, dotando de calidez y sabor veraniego el paisaje total. Fotografía 1: La Coruña, julio de 2009.


Esta foto decidí darle un toque más solemne empleando el blanco y negro para la fotografía. Se trata del edificio del Defensor del Pueblo de Navarra, situado en el centro de Pamplona, en cuyas cristaleras se refleja otro edificio con esquina redonda. Elegí este plano porque la esquina del edificio reflejado aporta dinamismo y cierta geometría circular lo que hace que la imagen sea más acogedora y no tan fría. Fotografía 2: Edificio del Defensor del Pueblo de Navarra, septiembre de 2009.










En esta fotografía me impactó la opacidad del escaparate. Hice varias pruebas pero esperé a que pasase gente para darle un sentido más divertido a la foto. Es curioso ese doble mundo que se presenta, pero que la imaginación nos baja inmediatamente cuando apreciamos los focos redondos situados en el tercio superior derecho aportando un sentido de realidad espacial.


Fotografía 3: Escaparate de Pedro del Hierro, septiembre de 2009.









Esta fotografía pertenece a una parada de autobús urbano, también en Pamplona. Si me fije en este reflejo fue porque me inspiró la idea de mostrar en la marquesina la ciudad a modo de patrocinio de este modo de transporte, porque combina en la imagen un edificio que da ese porte urbanita acompañado con el árbol, lo que le concede un toque de naturaleza y a la vez, acogedor.
Fotografía 4: Marquesina de Paseo de Sarasate, septiembre de 2009.

Esta es una de las imágenes que más me gustan por varios motivos, uno de ellos es la pose de mi compañero y la mía. Los colores también me parecen un plus que aporta visual a la toma, sobre todo el verde de mi cazadora, que actúa como punto fuerte. Está sacada en una Caja Navarra situada en Carlos III. Me gusta el contraste de las baldosas de cemento con la pared de la caja. También me llama la atención el hecho de parecer colocados sobre las sillas, como suspendidos en su asiento, cuando en verdad estamos en la calle. Y el último de los motivos es la transparencia de mi amigo en contraste con mi nitidez en la fotografía estando los dos en el mismo ámbito.


Fotografía 5: Carlos III, septiembre de 2009.





Esta fotografía la saqué cerca del Museo Navarro, casi al final del casco viejo de Pamplona. Me gustó el doblete que se aprecia en las campanas, ya que siendo una parecen dos, introduciendo un toque de sonido a la imagen. Los colores apagan la fotografía, aunque esto da un sentido solemne de religión.


Fotografía 6: Campanario de la Iglesia del Museo de Navarra, septiembre de 2009.











Ésta es la última fotografía de la práctica, se trata de mi amigo Diego con gafas de sol, en cuyo reflejo se presenta una calle de Pamplona, en la zona de hospitales. Me gusta porque en poco espacio se puede presentar uno más amplio. También me parece peculiar que el reflejo esté apoyado sobre un rostro, como dando más personalidad y carisma. Fotografía: Reflejo de Irunlarrea, septiembre de 2009.


B.Corbal.

1000 imágenes fugaces

Flores, sillas, el sofá del salón, libros esparcidos por el escritorio, un tazón de cereales, los pósters en las paredes, hasta las mismas fotografías que tengo colocadas por mi cuarto. No quedó casi nada de mi casa por retratar. Mis compañeras de piso estaban algo consternadas, andaban de un lado para otro murmurando que me había vuelto loca, pero cuando les expliqué el por qué de mi obsesión fotográfica se retractaron para decir que no era yo la demente, sino mi profesor de fotoperiodismo... "¡Aún encima sin tarjeta! De qué te sirve sin tarjeta".
Fue divertido porque estuve unas dos horas con la cámara colgada al mismo tiempo que realizaba las tareas de la casa, bajé a tirar la basura y de paso decidí tomar una instantánea al interior del contenedor, cosa, a decir verdad, nada agradable a la vista, ni por supuesto, al olfato. Lo más peculiar vino cuando fui a comprar al pan, porque ni corta ni perezosa me puse a fotografiar los bollos que me miraban desde el otro lado del mostrador... "¡Rapaza! Fotografías aquí no, ¿eh?", la panadera se apuró en darme la baguette para que saliera lo antes posible sin dejarme tiempo a explicaciones posibles. Y en la calle fue todavía mejor: la gente se apartaba cuando me veían tomar algún objetivo con la cámara, enfocando edificios o alguna cosa concreta como papeleras, carteles y bancos. Aunque supongo que en este caso sería para no molestar, no como mi querida panadera.
Llegué tarde a casa con la cámara todavía a cuestas y terminé de enfocar los pocos objetivos que quedaban. La cena de mi amiga Inés, incluso el pijama de mi compañera Marta y las gafas de sol tiradas en la mesa de la cocina de Paloma, la cuarta inquilina de mi piso.
Esta práctica me hizo reflexionar hasta qué punto resultan cotidianas algunas de las cosas que luego toman otra dimensión con la cámara. Me pareció interesante el hecho de no llevar tarjeta porque a veces sentí impotencia al encontrar cosas maravillosas como una polilla en la ventana de mi cuarto que con sus alas, dejaba pasar pequeños puntos de sol. Apreciar las cosas que son fotografiadas es lo que más me enseñó y también cómo tomar nuevas perspectivas de cosas simples. Hacer pruebas sobre distintos enfoques y elementos que antes no me hubieran llamado la atención.
Una de las cosas que sin duda me quedo de esta experiencia es a llevar la cámara colgada, porque aunque antes la llevaba siempre en el bolso, me perdía muchos instantes que antes hubieran pasado desapercibidos. Una cámara llena de instantes fugaces... y no estáticos como a partir de ahora espero tener.

sábado, 19 de septiembre de 2009

Moteado

Estaba allí callado, sin llamar la atención de los viandantes, en hilera junto a sus compañeros. El arce al que me acerqué para tomar fotografías no es el típico árbol al que alguien se acerca por llamativo.

Estuve unos cinco minutos sin encontrar en él algo que me llamase la atención pero si me detuve a retratarlo fue porque me interesaba captar algo que no fuera extravagante ni excesivamente bello.

Quería ser capaz de captar algún tipo de hermosura en algo tan simple, buscar ese aura hasta en las cosas que menos llaman la atención, y mientras el objetivo enfocaba nuevas perspectivas me fui dando cuenta de que hasta lo más sencillo tiene algo de especial.





Este arce se mostró robusto y fuerte. Con unas manchas moteadas en su corteza semejaba los graciosos círculos que tanto caracterizan a los dálmatas.


Estuve dando varias vueltas y probando distintos enfoques para darle un poco de personalidad a las fotografías. En esta quise dar a entender la posible doble función del arce, ya que en la imagen de abajo parece además de un árbol, la carpa de un paraguas bajo la que tomar cobijo en un momento de lluvia.



Cuando me metí debajo descubrí una forma que me inspiró, el tronco parece sostener de alguna manera la copa y las hojas, simula la forma de una mano sabia que no deja que se caigan los elementos más llamativos del árbol.


Lo curioso de descubrir esta forma es que la muñeca de la mano del árbol, tiene unas pequeñas arrugas que todavía dan mas verosimilitud a la imagen. Se aprecian justo debajo de la rama del medio.







Otro de los motivos que también me gustaron del arce eran los contrastes que sufrían sus hojas. Unas y las más vistosas eran de color verde, sin embargo por un lado descubrí el nacimiento de unas hojas de color castaño. Era como si el otoño quisiese entrar ya en la ciudad y brotase primero en el tronco del árbol para ir saliendo poco a poco y desterrar a las luminosas hojas del tiempo estival.























Es una práctica que me dejó ver que no siempre lo más bonito es lo único que debe retratarse, sino, no se hubiera hecho historia en la fotografía.

B. Corbal.